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En el agronegocio existe una diferencia clave entre un vendedor agrícola tradicional y un verdadero promotor de negocios. Mientras que el primero se enfoca únicamente en ofrecer productos de manera directa, el segundo va mucho más allá, convirtiéndose en un aliado estratégico del productor.
El vendedor convencional entiende su papel como la simple presentación de insumos o tecnologías. Su prioridad es cerrar una venta inmediata, muchas veces sin comprender a fondo las necesidades reales del productor.
Un promotor de negocios en el agro trabaja con otra visión. Desde el primer contacto, su misión es construir confianza y cercanía, transformando cada visita en una conversación valiosa sobre:
La situación actual de la finca;
La salud y productividad del ganado;
Las expectativas de mercado;
Incluso aspectos personales o familiares que influyen en la gestión.
Gracias a esta relación genuina, las solicitudes de precios o soluciones surgen de manera natural, sin necesidad de presión comercial.
Tarde o temprano, el productor hará la pregunta clave:
“¿Conoces alguna tecnología o solución que pueda ayudarme con este problema?”
Ese es el momento en el que el promotor puede presentar con legitimidad y naturalidad su portafolio de soluciones. Y, cuando no cuenta con la herramienta adecuada, tiene la responsabilidad profesional de orientar al productor hacia quien pueda ofrecérsela.
Un promotor de negocios exitoso en el agro se convierte en una referencia confiable, alguien a quien el productor busca espontáneamente en momentos de duda o decisión. A partir de ese vínculo auténtico, los negocios fluyen de manera natural, sostenible y con resultados a largo plazo.
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